Discurso de orden en conmemoración del 19 de abril de 1810
Yo tampoco quiero imperios
Nada es más bonito que la mañana en que comienzan una pasión
o una revolución. No la olvidamos nunca, volvemos siempre a ella preguntándonos
cómo pudimos ser tan afortunados o tan desdichados, cómo pudimos cometer tantos
errores por el lado de la sensatez o de la locura. Hace 202 años Santiago de
León de Caracas estaba a punto de ser flechada por la pasión revolucionaria, en
forma irreversible. Algunos califican a
la Caracas de 1810 de aldea
insignificante, sin peso en las cuestiones del mundo, dedicada apenas, según
Arístides Rojas, a comer, rezar y dormir.
Sin embargo, La Guaira es el primer puerto de importancia de las naves
que arriban de la metrópoli con impresos clandestinos, conspiradores y
noticias. La Historia gira sobre el torbellino de las corrientes y los alisios
del Caribe y del Atlántico. Desde 1492 se libra en él la Primera Guerra Mundial
por el dominio del globo. Esta guerra se extiende por todos los océanos, dura
medio milenio, involucra a todas las
grandes potencias, y culmina hacia el siglo XVIII con una hegemonía de
Inglaterra que sólo declinará en 1939. Francia contribuye desde 1778 para que Inglaterra pierda sus colonias
en la Costa Atlántica. Desde 1789 ambos imperios están en mortal enfrentamiento
por un aparente debate entre monarquía y
República, cuya presa real son los mares
y los mercados del mundo. En 1806 Francisco de Miranda invade por Coro con
apoyo de los ingleses; ese año y el siguiente
éstos asaltan infructuosamente Buenos Aires y luego planifican una
expedición al mando de Wellesley, futuro
duque de Wellington, para liberar o subyugar la América Española. En 1808
Napoleón invade España para clausurar los puertos de Portugal, los únicos
abiertos en Europa a los británicos. Su hermano José Bonaparte envía agentes
con instrucciones para “dar la libertad a la América española” a cambio del
“comercio libre con los pueblos de las dos Américas” (Pérez Rescaniére, 2011:
I,145) Tenemos así dos planes, uno inglés y otro francés, para “liberar” la
América española, o más bien para pasarla de uno a otro coloniaje. Lo que
suceda en nuestra región decidirá el futuro del planeta ¿Será otra vez el Nuevo
Mundo repartido entre imperios de
ultramar? ¿Decidirá su propio destino?
Yo tampoco quiero lacayos
Toda revolución surge de un choque entre imperios que los debilita. Al invadir España
para completar el bloqueo continental contra Inglaterra, las tropas
napoleónicas obligan a abdicar al Borbón Carlos IV en beneficio de su hijo
Fernando VII. En España y América cunden Juntas Defensoras de los Derechos de
Fernando VII, quien también vergonzosamente abdica.
Difícil es la lealtad hacia el Consejo de Regencia de una
Junta Conservadora de los Derechos de un Abdicante transferidos por otro
Abdicante ¿Dónde volverán los ojos tantas viudas de la monarquía de derecho
divino?
Yo tampoco quiero esclavos
Cuando la pirámide
del poder se disuelve, hay que reconstituirla desde la base. Leamos el acta del
19 de abril de 1810 para enterarnos de lo que se debate. Según los firmantes,
el Consejo de Regencia “no puede ejercer ningún mando ni jurisdicción sobre estos países, porque ni ha sido constituido por el voto de estos fieles
habitantes, cuando han sido ya declarados, no colonos, sino partes integrantes
de la Corona de España, y como tales han sido llamados al ejercicio de la
soberanía interina, y a la reforma de la constitución nacional (…)”. El poder, por tanto,
no viene de arriba, de Dios o de la sangre azul, sino del “voto de los fieles
habitantes”. Y aunque no fuere así, la autoridad no es un concepto abstracto,
sino una realidad operante. Pues si “no
pueden valerse a sí mismos los miembros que compongan el indicado nuevo
gobierno, en cuyo caso el derecho natural y todos los demás dictan la necesidad
de procurar los medios de su conservación y defensa; y de erigir en el seno
mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas,
ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en
el pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia Constitución primitiva
de España, y a las máximas que ha enseñando y publicado en innumerables papeles
la junta suprema extinguida”. Carolina Guerrero interpreta acertadamente
que “Los actos discursivos
prerrepublicanos dieron cuenta de la concepción de la soberanía como poder
supremo emanado del pueblo o de la nación, titular de derechos sagrados.
Implicaba la deconstrucción de la concepción descendente del poder propia del
orden monárquico absolutista. Y admitía la intervención divina en la creación
de la soberanía sólo como acto trascendente inserto en la dinámica del derecho
natural, destinado a proteger a sus beneficiaros en el goce y ejercicio de
tales derechos. Si a lo largo de tres siglos se había asumido la figura del rey
como expresión de la voluntad divina (en contradicción con el espíritu iusnaturalista hispánico), la republicanización del concepto
demandaba demostrar que la verdadera interpretación de la ley de Dios consistía
en el reconocimiento y defensa de la soberanía popular, lo que además obligaba
a distinguir entre soberanía originaria y ejercicio temporal del poder por
autorización, o soberanía instrumental derivada” (Guerrero, 97).
Yo tampoco quiero mando
Sobre estas bases conceptuales se escenifica casi como una
pieza dramática el movimiento del 19 de abril de 1810. El capitán general don
Vicente de Emparam viene designado por José I Bonaparte, invasor francés que
ocupa el trono de España. El Martes Santo, 17 de abril ancla en La Guaira un
buque con documentos que ordenan el reconocimiento del Consejo de Regencia.
Emparam los acata y difunde la orden en bandos pegados en las paredes, sin
consultarlo al cabildo, las autoridades ni las corporaciones. Al día siguiente
se reúnen patriotas, entre otros José Félix Rivas, Mariano Montilla y Narciso
Blanco, prenden al teniente coronel Osorno, y comprometen a los capitanes del
batallón Aragua y a los oficiales del batallón de pardos para desobedecer al
comandante español Ros (Blanco, 126). En la mañana del Viernes Santo se reúne
el cabildo y plantea al capitán general la necesidad de reunir una Junta;
Emparam se excusa con el pretexto de asistir a los oficios religiosos. Cuando
se dirige a éstos Francisco Salias lo toma del brazo y le impetra: Venga Usía
al cabildo. Los ciudadanos reunidos en la Plaza Mayor corean el llamamiento;
medio centenar de granaderos que custodian el sitio no se mueven para defender
a Emparam, y el alférez mayor Feliciano Palacios por el contrario lo conmina a
obedecer (Blanco, 127-128). Sigamos de nuevo el Acta del Cabildo: “(…)y abierto
el tratado por el señor Presidente, habló en primer lugar después de su señoría
el diputado primero en el orden con que quedan nombrados, alegando los
fundamentos y razones del caso, en cuya inteligencia dijo entre otras cosas el
señor Presidente, que no quería ningún mando, y saliendo ambos al balcón notificaron
al pueblo su deliberación; y resultando conforme en que el mando supremo
quedase depositado en este Ayuntamiento muy ilustre”. Añaden Rafael María
Baralt y Ramón Díaz que el sacerdote chileno José Cortés de Madariaga pide
abiertamente la deposición de Emparam; que éste como último recurso consulta al
pueblo desde un balcón, mientras el sacerdote “indicaba a la turba la
respuesta, haciéndole señas a hurtadillas. Los conjurados que estaban mezclados
con el pueblo, gritaron no le queremos: el pueblo prorrumpió también no le
queremos. Emparan disimulando su
bochorno dijo con despecho, pues yo tampoco quiero mando”(Baralt y Díaz, I,
51). La multitud reunida debía ser de consideración para la pequeña ciudad. No
sólo la convocaba la agitación sobre las noticias llegadas de España, sino la
solemnidad religiosa, que con sus oficios, cortejos y procesiones y su nutrida
guardia militar era una vasta ceremonia
colectiva que emblematizaba el orden de la sociedad de castas.
Yo tampoco quiero moderación
¿Hay que desautorizar al movimiento del 19 de abril
como pronunciamiento ingenuo, que espera
operar un cambio de sede de la soberanía mediante razonamientos abstractos y
una reducida aclamación popular que legitimaría la decisión de un cuerpo de
privilegiados? Sigamos leyendo el acta del 19 de abril. En lo político sus
medidas se reducen a desconocer el Consejo de Regencia, deponer a Emparam,
nombrar a don Francisco de Berrío fiscal de la real hacienda en lugar del
intendente Vicente Basadre, cesar al brigadier Agustín García y a José Vicente
de Anca, auditor de guerra, y a los integrantes de la real audiencia. Pero se
dispone “que se conserve a cada uno de los empleados comprendidos en esta
suspensión el sueldo fijo de sus respectivas plazas y graduaciones militares”.
Con razón opina el testigo presencial
presbítero José Félix Blanco que “jamás hubo ejemplo en la historia de
las revoluciones de una moderación como la que se vio en aquel día memorable”
(Blanco, 128). Es como acusar a la chispa de no ser todavía incendio. No olvidemos que todas las revoluciones
comienzan con la vana esperanza de conciliar pacíficamente los intereses de las
clases emergentes con los de las hegemónicas. La respuesta feroz de estas
últimas es la que obliga a una progresiva radicalización del movimiento.
Yo tampoco quiero orden
El del 19 de abril aspira a ser en sus principios, como lo
llama Carole Leal Curiel “la Revolución del Orden”. Lo es, en cuanto postula la
sustitución de un orden derivado del derecho divino, por otro derivado del derecho natural racional. En el
proceso interfiere un desorden inmovilizado a duras penas por la represión
colonial de la sociedad de castas. Como señala la autora, “Después de 1810 y
una vez declarada la independencia absoluta e instaurada la república, 1811 en
adelante, las castas (indios, pardos, negros libres, indios y esclavos), el
pueblo llano (populacho o plebe como se le llamó) pasan a constituir un
problema capital en la reflexión acerca de cómo conciliar la libertad con el
orden en tanto ellas amenazan bien sea la propiedad, bien la libertad y
libertades o, mucho más tarde, el progreso y la civilización” (Leal, 81). Para
reponer su orden, los sectores y clases amenazadas recurren indistintamente a
la sublevación interna y la agresión externa. Contra la naciente República se
alzarán la rebelión de Maracaibo y Coro y Guayana y las milicias de Monteverde
y de José Tomás Boves y la Guerra de Colores, el bloqueo de España y la
expedición del Pacificador Morillo. Contra ellos la Patria esgrimirá la
liberación de los esclavos y las grandes confiscaciones de bienes de los
realistas y la guerra continental y los proyectos de integración americana. La
lucha no concluye con la Independencia política: se intensifica en creciente
espiral de acciones y reacciones cuya expansión todavía no concluye.
Yo tampoco quiero mitos
El 19 de abril es más que un mito socarrón con un cura
Madariaga que hace señas al pueblo como si éste no supiera qué decidir y un
Capitán General que tampoco quiere mando cuando ya milicia y
gobernados se lo quitaron y unos oligarcas que promueven la
Independencia bajo la especie de Junta Conservadora de los Derechos de Fernando
VII. A lo largo de los trescientos años de calma colonial que deploró Bolívar,
en Nuestra América se sucedieron cumbes,
pachakutiks, alzamientos y rebeliones.
La del 19 de abril es la primera que culmina en un proceso independentista que
dura hasta hoy. Sus postulados, el derecho a procurar la propia conservación y
defensa, a erigir un sistema de gobierno que las garantice, la soberanía del
pueblo, son conceptos relumbrantes y poderosos como relámpagos. Anuncian un
reguero de pronunciamientos independentistas que en pocos meses incendia la
América española. No cierran el debate: abren otro, todavía inconcluso, entre
soberanía popular y despotismo elitista, entre castas, entre imperios y
periferias, entre clases sociales. La conciliación es la única farsa. Yo
tampoco quiero mitos.
Artículo: Luis Britto García
Fuentes:
Baralt, Rafael María y Ramón Díaz: Resumen de la Historia de
Venezuela, Tomo Primero, Brujas-París, Desclée de Brouwer, 1939.
Blanco, José Félix: Bosquejo histórico de la Revolución de
Venezuela, Bicentenario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar, Venezuela,
Caracas, 1983.
Guerrero, Carolina: “19 de abril de 1810: los límites de la
soberanía original y la soberanía derivada” Revista Politeia, N° 43, vol. 32.
Instituto de Estudios Políticos, UCV, 2009:87-102.
Leal Curiel, Carole: “La revolución del orden: el 19 de
abril de 1810” Revista Politeia, N° 43, vol. 32. Instituto de Estudios
Políticos, UCV, 2009:65-86.
Pérez Rescaniére, Gerónimo: De Cristóbal Colón a Hugo Chávez
Frías,
T.I, Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2011.