Los que conocen
América Latina saben que la noticia en el continente no es que los ciudadanos
hagan cola en los supermercados para adquirir pollo o azúcar y que la ausencia
de papel higiénico no es un drama que convoque a un concierto de solidaridad en
Lima. Desgraciadamente, el problema es que la gente no ha tenido nunca
posibilidad siquiera de acercarse masivamente a los supermercados. Una parte
importante del continente sabe de las compresas, a lo sumo, por los anuncios de
las televisiones privadas, no porque haya tenido nunca capacidad adquisitiva
para alcanzar ese espacio de comodidad y seguridad femeninas. Lo digo porque
uno de los videos que airea la oposición ha escogido el tema de la falta de
compresas como señal evidente de los males del “comunismo” (de dónde saca la
oposición venezolana dinero para hacer tantos anuncios tan caros, sigue siendo
un misterio).
Los problemas en
América Latina, aun siendo un avance sustancial tener acceso a todos los
productos de higiene necesarios, siguen siendo, desgraciadamente, más urgentes.
Como dijo en su día Lula, la revolución en América Latina significa comer tres
veces al día. Cuando tienes resueltos los elementos esenciales de la
supervivencia viene el resto. Es una buena noticia que la ciudadanía venezolana
proteste reclamando los avances que va logrando.
Hoy, cuando los
estudiantes de la
Universidad Complutense de Madrid están encerrados en el
Rectorado porque van a ser expulsados por no poder hacer frente al último pago
de la matrícula, volvemos a encontrarnos con noticias catastrofistas acerca del
“desabastecimiento” en Venezuela. Cierto que allí los estudiantes
universitarios no protestan (Venezuela tiene el segundo mayor número de
estudiantes universitarios de toda América Latina), pero a los medios españoles
les parece conveniente reseñar noticias de aquel país antes que del nuestro. ¿Acaso
no es más relevante carecer de suficiente papel higiénico en comparación con
tener a uno de cada dos jóvenes en paro? ¿No es más instructiva la foto de la
gente haciendo cola en un supermercado caraqueño que la de un nuevo desahuciado
que se quita la vida en Murcia? Pero que nadie se engañe: lo importante de que
haya problemas con algunos productos en Venezuela tiene sentido solo si los
medios de comunicación de Europa lo reseñan a bombo y platillo. Hay una parte
de todo esto que es una estrategia. Recuerda demasiado al desabastecimiento en
el Chile de Allende previo al golpe de Estado. Que en el país caribeño y
petrolero hay cuellos de botella puntuales en el acceso a algunos bienes no es
una novedad, especialmente cuando una parte importante de la población ha
subido de nivel social y tiene la posibilidad de alimentarse como no lo había
hecho en los últimos cuarenta o cincuenta años.
Dicho esto, es
igualmente cierto que no hay ninguna razón de peso para que determinados
productos no estén en los estantes de los supermercados de un país que no tiene
problemas económicos (recordemos que Venezuela tiene las reservas de petróleo
más grandes del mundo). ¿Qué está pasando entonces? Tres asuntos están detrás
de los problemas que ha habido estos días con la harina, el aceite, el azúcar,
el pollo o algunos productos higiénicos.
En primer lugar,
es evidente que el desabastecimiento forma parte de la estrategia de desconocimiento
del resultado electoral del 14 de abril por parte de la derecha venezolana. Son
los mismos que no reconocen al Presidente Maduro –pese a que toda la comunidad
internacional, salvo EEUU, lo ha hecho, y pese a que la auditoría del CNE
demuestra una coincidencia del 99,98% en los datos- quienes están colaborando
en crear esa ausencia de productos con una triple intención: debilitar al
gobierno, subir los precios regulados de algunos bienes y arrancarle más
dólares subvencionados que les permita seguir importando bienes que luego ponen
en el mercado venezolano a precios desorbitados (estas dos últimas cosas ya las
han conseguido en estos dos últimos días). La condición importadora de
Venezuela, herencia de su condición de país rentista, sigue dando un peso
desorbitado a los grandes empresarios de la distribución.
En segundo lugar,
el clima de zozobra creado por la oposición (que, recordemos, ha sacado un
altísimo resultado electoral), aireado hasta el paroxismo por los medios de
comunicación (más del 80% de los medios de comunicación en Venezuela están en
manos privadas), genera una situación de inquietud que invita a compras muy por
encima de las necesidades incluso mensuales. Si mañana todos los españoles
fuéramos a comprar la leche que consumimos en un mes, es bastante probable que
hubiera unos días con desabastecimiento en las tiendas. Los medios llevan dos
meses creando un clima que pareciera de guerra civil –que en absoluto se
corresponde con la realidad- pero que lleva a mucha gente a acaparar por culpa
del miedo que se genera. Hay una tercera razón, no menos relevante, cuya
responsabilidad corresponde enteramente al gobierno bolivariano.
Es un problema
acumulado en los 14 años de “revolución” y que reclama una solución urgente si
no se quiere poner en peligro un proceso que se juega en cada elección avanzar
o fracasar. El aumento de la capacidad de consumo de los venezolanos (en estos
años, la pobreza se ha reducido a la mitad) no ha venido acompañado del
incremento de la capacidad productiva interior suficiente para cubrirlo (pese a
que se han intervenido 7 millones de hectáreas para hacerlas productivas). Esto
ha determinado que ese incremento del consumo ha sido en buena medida
importado. Mientras el consumo per cápita creció en promedio 3.7%, la producción
ha aumentado solamente el 0,8%. Igual ocurre con el crecimiento de la
agricultura, muy por debajo en su participación en el PIB de lo que debiera
(está en el 4’5% cuando debiera llegar, cuando menos, al 12%).
Desde 2003 existe
en Venezuela un control de cambios que lleva a que sea el gobierno quien
entregue los dólares necesarios para la importación. Esta medida fue tomada por
Chávez durante el paro patronal debido a la salida masiva de capitales del país
que lo amenazaban con su hundimiento (los ricos siempre tienen esas
herramientas al margen de las urnas). Hay consenso en Venezuela de que el
control de cambios ya no es útil, entre otras razones porque el gobierno
entrega dólares a 6,30 bolívares y los importadores luego etiquetan los
productos importados como si los hubieran pagado a 25 o 30 bolívares (el precio
que alcanza el dólar en el mercado negro). El precio del dólar oficial es papel
mojado para los especuladores en Venezuela.
Al mismo tiempo,
una ineficiente burocracia es incapaz de frenar los abusos de los
especuladores, sin contar con que también existen sectores corruptos en la
administración contra los que no se termina de actuar contundentemente. Igualmente
hay un control de precios finales, que ha intentado frenar la inflación y la
especulación, pero tampoco han funcionado pues de nada sirve fijar el precio
final de un producto si no se fijan también los precios de las materias primas,
de la maquinaria y demás insumos (lo que puede desembocar, como ha ocurrido en
no pocas ocasiones, en que no era rentable producir, fomentándose las
importaciones).
La ineficiencia
no solamente es la que está detrás de la corrupción, sino también detrás de
comportamientos que a veces hacen inútil el esfuerzo económico encaminado a
pagar la deuda social que padeen aún los sectores más humildes. Los empresarios
presionan para que la entrega de dólares que otorga el gobierno fluya más
deprisa (el negocio del siglo en Venezuela: aunque importaran contenedores de
piedras se enriquecerían desmesuradamente) y para que desaparezcan los
controles de precios (lo que dispararía la inflación aún más). En definitiva,
el gobierno “rumbo al socialismo” está financiando a los empresarios
importadores y a los especuladores, es decir, está enriqueciendo al sector
menos productivo de la economía venezolana.
El apretado
resultado que alcanzó el Presidente Maduro después del duro golpe que supuso la
desaparición de Hugo Chávez exige al gobierno bolivariano respuestas decididas.
Es difícil sentar las bases de la transición al socialismo con las armas
melladas de una economía rentista y sometida a los estímulos desmesurados de la
corrupción y la especulación.
En España, la
disciplina fiscal empezó cuando apareció en los periódicos Lola Flores esposada
por defraudar a hacienda. Venezuela necesita mano dura contra los acaparadores,
contra los especuladores y contra los corruptos. Necesita activar de manera más
decidida los controles populares para frenar los comportamientos económicos
lesivos para el conjunto, en primer lugar la inflación (mucho más problemática
que la ausencia de papel higiénico). Y necesita poner en marcha una política
económica que, al tiempo que garantiza el crecimiento del PIB (como ha sido el
caso de estos años), logra que ese crecimiento sea “de calidad” (en expresión
del economista Víctor Álvarez), fomentando la producción interna y dejando de
subsidiar las importaciones. Y para ello, la política fiscal, estimulando un
tipo de comportamientos y castigando otros, es esencial, como bien sabemos para
nuestra desgracia en la Europa
de la austeridad. Todos los logros sociales que está alcanzando Venezuela,
tanto dentro del país como en forma de impulso político en el continente, no
pueden ponerse en almoneda por una mala gestión económica de no tan difícil
solución.
Un gobierno
cohesionado y un cuerpo de funcionarios que ejecuten ese Plan de la patria
2013-2019 aprobado en dos elecciones. Venezuela sigue teniendo pendiente hacer
gestores socialistas y hacer socialistas a los gestores.
El socialismo
también reclama eficiencia. Y la eficiencia hoy es tan revolucionaria como ayer
lo era el asalto al palacio de invierno.
El socialismo del
siglo XXI necesita ser austero, pero no quiere tener nada que ver con ninguna
escasez que no decidan los pueblos. Y el pueblo de Venezuela, a día de hoy, aún
no ha decidido en esa dirección.
Artículo: Juan Carlos
Monedero
Profesor de
Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid.
@MonederoJC
Fuente: Aporrea
http://www.aporrea.org/