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Un pueblo es su Historia. Intentar borrarla es querer
anularlo. Dos hechos contradictorios resaltan sobre el pasado inmediato del
cual surge nuestro presente. La lucha social y la lucha armada constituyen la
más decisiva gesta comunitaria, política y cultural de la segunda mitad del
siglo XX venezolano. Y sobre ella no hay hasta ahora un solo trabajo que
intente reseñarla, evaluarla e interpretarla en su compleja totalidad.
Generaciones de historiadores van y vienen sin acometerlo. Compiladores
acuciosos reunieron testimonios parciales y analistas perspicaces inventariaron
la debacle social y económica que motivó la rebelión. Sin embargo, una inmensa
área ciega obstruye la comprensión de nuestra contemporaneidad.
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Así como la Historia es una elaboración, también lo es el
intento de anularla. Muchos vieron en el auge de masas y en el alzamiento
armado de los años sesenta un boleto de vía rápida hacia el poder, y cuando les
falló, reaccionaron abominándolos. Una campaña comunicacional más prolongada
que la misma rebelión tendió sobre ella un velo de descrédito. En fin, el
Terrorismo de Estado creó su propio muro de silencio. A pesar del mandato
constitucional que permite al ciudadano consultar los archivos de la
administración, los registros de los cuerpos represivos siguen siendo
impenetrables para víctimas e investigadores. En Estados Unidos, en Chile, en
Argentina, han sido abiertos para la denuncia y la justicia. En Venezuela,
siguen bajo siete sellos de silencio, que quizá sólo se abrirán cuando algún poder
nefasto los necesite para reiniciar el genocidio.
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Contra las luchas sociales y la lucha armada de la segunda
mitad del siglo XX en Venezuela los medios académicos y los de comunicación
masiva han divulgado los infundios de que fueron voluntaristas, desvinculados
de las masas, surgidos como imitación de la Revolución Cubana, insensatos por
su falta de posibilidades de triunfo, desasistidos de legitimación ideológica y
estériles.
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La más somera verificación de los hechos revela, por el
contrario, que la intensificación militante de las luchas sociales surgió en
Venezuela como consecuencia de una profunda e insoluble crisis económica y
social que ya había provocado en 1958 la caída de la dictadura neopositivista
de Marcos Pérez Jiménez. Que fue la coalición gubernamental de colaboración de
clases de socialdemócratas y socialcristianos la que primero recurrió a la
violencia al reprimir sistemáticamente a sangre y fuego desde comienzos de 1959
las protestas pacíficas y desarmadas de trabajadores y estudiantes. Que el
gobierno se deslegitimó al intentar enmendar la pérdida de su mayoría
parlamentaria ilegalizando a los partidos opositores y encarcelando a sus
parlamentarios. Que cerró sistemáticamente a los sectores progresistas toda
posibilidad de acción legal empujándolos a la clandestinidad mediante
suspensiones de garantías que duraban años, confiscaciones y cierres de
publicaciones, el encierro en campos de concentración y el asesinato
sistemático de sus militantes. Que en tales circunstancias la lucha armada fue
un recurso de legítima defensa, el brazo organizado del reprimido auge de masas
que vivía el país. Que sólo la falta de oportuna sincronización entre la
insurrección popular urbana, los alzamientos militares progresistas y el
movimiento guerrillero impidió la toma del poder. Que para frustrar ese
formidable movimiento popular el populismo, apoyado por las agencias de
seguridad de Estados Unidos, cometió sistemáticamente crímenes de lesa
humanidad: el tiroteo contra manifestaciones desarmadas; la aniquilación y
desaparición sistemática de opositores; la creación de campos de exterminio
donde torturó y asesinó al margen de toda legalidad; el inconstitucional exilio
de ciudadanos; el desplazamiento forzoso cuando no el exterminio de poblaciones
completas en las áreas rurales; el bombardeo indiscriminado y la masacre de
opositores rendidos. Que el sistema que así agredía era inviable, como lo
demostraron el colapso financiero de febrero de 1983 y la masiva insurrección
popular contra la aplicación de un paquete del Fondo Monetario Internacional en
1989. Que en fin, aquellas luchas fueron el preámbulo y la condición necesaria
del renovado auge de masas de los años noventa, prólogo y sustentación de una
nueva vía para Venezuela y América Latina.
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Una sublevación justa es grande en pensamientos, palabras y
obras. Si asombrosas resultaron sus acciones contra una represión
desproporcionada, no menos formidable fue en palabras y pensamientos. La
concepción materialista y dialéctica dominó la segunda mitad del siglo XX
venezolano. En lo ideológico, replanteó la interpretación de Marx y de nuestra
Historia, impuso la ética del compromiso y formuló la Teoría de la Dependencia.
En lo estético, con medios precarios y a veces clandestinos desarrolló una
literatura, un teatro, una cinematografía, una plástica, una música de la
violencia. Contra esa insurrección cultural aplicó el populismo el soborno de
los subsidios y las prebendas burocráticas. Pero ni renegados ni conversos han
podido superar ni opacar el fulgor de aquellas décadas imperecederas, que
demostraron el Poder del Intelecto contra un Poder sin Intelecto.
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Decía Martí que donde hay muchos hombres sin vergüenza, un
hombre debe reunir la vergüenza de muchos. Donde tantos quieren olvidar, Elia
Oliveros ha asumido la memoria de las mayorías. Luchadora social de base que
abandonó los estudios para situarse como obrera en las luchas sindicales, tenaz
trabajadora en la clandestinidad que perdió a muchos de sus seres queridos en
la masacre de Cantaura, laureada investigadora en las ciencias docentes, ahora
toma para sí la carga de reconstruir y presentarnos con una visión de totalidad
el drama y la gloria de nuestro pasado, que tantos tratan de ocultar o de
ignorar. Sola y sin apoyos, tras ímproba tarea de indagación con testimonios y
fuentes bibliográficas y hemerográficas, con este primer libro sobre La lucha
social y la lucha armada en Venezuela (El Perro y la Rana, Defensoría del
Pueblo, Sistema Nacional de las Culturas Populares, Caracas 2012) emprende con
tesón, inteligencia y acierto la impostergable y necesaria tarea de reavivar la
conciencia, primera chispa de todo cambio radical.
Artículo y Foto: Luis Britto García
Fuente: Luis Britto García blogs
http://luisbrittogarcia.blogspot.com/